martes, 9 de agosto de 2011

“LA ORDEN YA FUE EJECUTADA, ROMA, LAS FOSAS ARDEATINAS, LA MEMORIA” 


By Marina Lascano


El 24 de marzo de 1944 los nazis fusilan en Roma a trescientas treinta y cinco personas, como represalia ante el atentado partisano del día anterior en vía Rasella en el cual murieron treinta y dos soldados del ejército alemán. Este hecho se conoce como la masacre de las Fosas Ardeatinas. El libro de Alessandro Portelli reúne cientos de voces para reconstruir este episodio central en la historia moderna de Italia, su antes y su después. Voces que se inscriben en una disputa por la memoria en la que se impuso un discurso hegemónico que transfiere la responsabilidad de la masacre a los autores del atentado, y al cual Portelli se encarga de desarticular. El sentido común sobre este hecho se sostiene en una serie de mitos que fueron difundidos en un primer momento por el Vaticano y los partidos fascistas. Es sobre estos mitos que trabaja el libro de Portelli. Un distintivo de la obra es el uso central de las fuentes orales, a través de las cuales se articula el texto, sin prescindir por ello de las fuentes escritas.

La obra se encuentra estructurada en tres partes: Roma, las Fosas Ardeatinas, y la memoria. En la primera parte el autor realiza un recorrido por el espacio de la ciudad, recorrido que se convierte en una travesía por la historia de Roma en el siglo XX, registrando las huellas del pasado en la superficie de la ciudad. Esa reconstrucción territorial se expresa no sólo a través del recuento físico, del itinerario “turístico”, por las calles, los edificios, las marcas concretas de la historia (pequeñas ofrendas, placas, orificios de bala en las paredes de las casas), sino sobre todo por las voces de los vecinos, protagonistas, testigos y descendientes de testigos y víctimas, que traducen dichas marcas en relatos, en esbozos biográficos, en retratos a partir de los cuales Portelli reconstruye el pasado de Roma, el clima de la época de la ocupación nazi, a la vez que emerge, en esas voces, la cicatriz que deja en cada memoria individual, el pasado trágico de la ciudad. Este recorrido temporal que traza el autor comienza con la Roma de principios de siglo y su crecimiento como capital de Italia. ¿Por qué contar la masacre de las Fosas Ardeatinas desde la Roma de principios del siglo XX? Son los testimonios recogidos los que deciden contar la historia desde el origen familiar de cada uno de ellos (obrero, inmigrante, pobre, campesino, socialista, etc.), en una búsqueda de sentido ligada a la propia identidad que a la vez ordena y significa el pasado. Como si el origen de una persona escondiera la clave de su final. La muerte de un padre, de un abuelo, de un maestro, se convierte entonces en destino. Con más razón cuando es la Historia la que entreteje sus hilos en la trama para bordar la tragedia. Destinos individuales contados por las voces de los supervivientes que narran el crecimiento de la ciudad de Roma desde el punto de vista del migrante. Esos destinos, esos nombres de albañiles, pintores, carpinteros, artesanos (Antonio Gallarello; Otello Di Peppe; Antonio Margioni; Gaetano La Vecchia; Beniamino Raffaeli; etc.) son parte de la masa migratoria que llegó a Roma en busca de trabajo y de una mejor calidad de vida para convertirla en la gran ciudad capital de Italia. Al llegar a Roma, estos migrantes se agrupan en barriadas obreras en las que se produce una iniciación en la vida política a través del activismo obrero. Socialistas, comunistas, republicanos radicales, anarquistas, dirigentes obreros en general, que serán objeto de persecución principal durante la ocupación nazi e integrarán las listas de fusilados en las Fosas Ardeatinas.

Otro colectivo importante de lo que serán las víctimas de las Fosas Ardeatinas lo constituyen los judíos de Roma. Portelli demuestra, a través de los testimonios y las fuentes escritas, que la persecución de la que fueron víctimas los judíos de Italia es anterior a la masacre de las Fosas Ardeatinas. Este punto es central en el libro ya que se trata de la deconstrucción de un mito instalado desde el discurso público según el cual la masacre de las Fosas Ardeatinas sería la primera y más importante acción represiva de los nazis durante la ocupación. Ya a comienzos de la ocupación, en septiembre de 1943, las SS exigieron a los judíos la entrega de cincuenta kilos de oro, bajo la amenaza de deportar a doscientos jefes de familia judíos. En octubre, un mes más tarde, en una redada detienen mil doscientas cincuenta y nueve personas, de las que doscientas treinta y siete serán liberadas por no ser judíos. El resto, más de mil judíos, fueron deportados. Sólo quince de ellos volverán a Roma después de la guerra. Sin embargo este exterminio masivo no ocupó el lugar correspondiente en la memoria colectiva. Estas operaciones de la memoria sobre las que trabaja Portelli, constituyen uno de los aportes más importantes de la obra. Una serie de olvidos, tergiversaciones, ficciones, que se articulan funcionalmente para transferir la culpa de la masacre. La convicción de que el atentado partisano en vía Rasella fue la primera acción de ese tipo en la ciudad de Roma, el supuesto llamado público a los responsables del atentado por parte de los nazis a presentarse bajo amenaza de represalia, el tiempo transcurrido entre el atentado y los fusilamientos (sólo 24 horas en la realidad convertidos por la memoria colectiva en una cantidad de días que oscila entre una semana y un mes), etc., son mitos que entretejen una trama según la cual los partisanos provocaron la reacción (la justa ira) de los nazis para, tras el atentado, darse a la fuga y dejar a la población como víctima de la represalia. Los partisanos ocuparían así el lugar común de quien tira la piedra y esconde la mano. Esta construcción, por un lado responsabiliza a los partisanos, por otro justifica a los nazis, y además coloca a la población civil en una posición pasiva, atrapada entre dos fuegos, a la vez que escamotea y desdibuja el rol de las instituciones italianas, como el Gobierno y el Vaticano. Sin embargo, Portelli demuestra que desde el órgano oficial del Vaticano y desde los partidos fascistas se contribuyó activamente a la creación y difusión de esta “versión errada de la historia que se vuelve sentido común”.

De modo semejante, estas operaciones de transferencia de la responsabilidad se dan en el interior de las fuerzas de ocupación alemanas. En este sentido, Portelli trabaja en profundidad los juicios a los nazis que se llevaron a cabo en Italia. La fórmula que da título al libro, “La orden ya fue ejecutada”, se refiere a estos mecanismos por los cuales es posible deslindar responsabilidades sobre los actos realizados. En este caso la culpa se transfiere al orden jerárquico superior. Durante los procesos a los nazis, la defensa de los mismos se basó en la imposibilidad de sustraerse al cumplimiento de una orden emanada del propio Hitler. La fórmula mencionada es similar a la utilizada por los criminales nazis en Nuremberg y a la ley de obediencia debida sancionada en Argentina en los años ’80. Portelli demuestra la falsedad de este debate, ya que no hay imposibilidad de sustraerse a la orden en tanto que no existe voluntad ninguna de desobedecer, sino más bien todo lo contrario: la convicción de los ss los lleva a cumplir con esmero la tarea encomendada, al punto de que las víctimas ejecutadas superan el número supuestamente requerido. En este punto, el autor coincide con trabajos anteriores, como el de Browning , quien señala la posibilidad de sustraerse al cumplimiento de una orden por parte de los alemanes; la responsabilidad fue siempre del sujeto. También Goldhagen encuentra que hubo opciones, pero los soldados elegían ser verdugos y ser más sádicos de lo que se les pedía. Sin embargo, el tribunal militar que juzgó a los responsables directos de la masacre, dio por bueno el argumento de la obediencia debida, condenando a Herbert Kappler a prisión perpetua sólo porque la cantidad de víctimas superó el número requerido en la orden de represalia y por la requisa arbitraria de oro en el gueto, en tanto que los demás integrantes del cuerpo fueron absueltos (excepto el caso de Erich Priebke, encargado de las listas, prófugo al momento del juicio). Portelli considera que la decisión de que los integrantes de las ss que cometieron el crimen fueran juzgados por un tribunal militar constituyó una aberración jurídica. Esta decisión, estuvo acompañada de una voluntad de acotar el juicio en cuanto a sus alcances y dimensiones, debido al temor de que el mismo involucre a otros actores de la sociedad italiana (como el vaticano, los fascistas, o la resistencia, cuyo mito es fundacional para la republica italiana). La obra muestra como el modo en que una sociedad procesa este tipo de hechos es un camino contradictorio, sinuoso y con grandes grietas.

Por último, el autor realiza un recorrido por la historia de la memoria de las Fosas Ardeatinas. Desde los días inmediatamente posteriores a la masacre hasta la actualidad, esa memoria conoce avatares diversos. El recorrido de Portelli da cuenta de ellos. En un primer momento, la memoria está sostenida por los deudos. En las ceremonias del duelo, Portelli descubre en los diferentes modos del luto de los familiares de los muertos la forma en que la memoria se construye dependiendo del lugar de los sujetos, de su género, su historia política y personal. De esa diversidad deriva otra: la construcción de una serie de discursos muchas veces contradictorios sobre el hecho de la masacre y sobre la responsabilidad de los partisanos. Sin embargo, prevaleció desde el principio la necesidad de unirse y estar juntas de las familias, lo que desembocó en la formación de un sujeto público colectivo que sostuvo, más allá de las diferencias, la responsabilidad de los nazis en la masacre. Con el transcurrir de los años, las Fosas Ardeatinas se convierten, según el autor, en un símbolo de la injusticia para los romanos y serán recordadas en diferentes conflictos y reclamos populares, al tiempo que se consolida, desde los ámbitos de poder, un discurso vacío que cubre bajo el manto del patriotismo la multiplicidad y el conflicto. La memoria se convierte así en un territorio en disputa, una zona de tensión en la que se dirimen, finalmente, visiones opuestas de la realidad que exceden el hecho en cuestión. Es el momento en que se gesta el mito de la resistencia partisana como origen de la nación moderna y se constituye a las Fosas Ardeatinas como monumento al horror de la ocupación nazi. En ambos casos, el relato cubre las diferencias y borra tanto la identidad de los muertos como los hechos anteriores a la matanza, al tiempo que inaugura dos nuevos mitos: el de la Italia unida, fruto de la resistencia partisana, y el de la Italia mártir, fusilada en las Fosas Ardeatinas. Mitos aparentemente complementarios, bajo los cuales subyacen, sin embargo, visiones contradictorias. Por un lado, el heroísmo partisano; por el otro los mártires inocentes, caídos a causa del atentado de via Rasella.

El éxito del mito se mide por la perdurabilidad de las imágenes, ya no del discurso. Para las nuevas generaciones, las Fosas Ardeatinas evocan un lugar de crueldad, de horror y de muerte, pero han perdido el lugar de incomodidad y disputa que tuvieron antes. Los detalles se pierden en la bruma y sólo pueden percibirse los rasgos grandes: allí los nazis mataron, allí sufrieron y murieron italianos. Este olvido puede ser doloroso, pero es también una esperanza: separada de su contexto histórico, sin explicación plausible, injustificada y brutal, la matanza adquiere todo el horror de una muerte masiva e injusta, y de ese vacío absurdo es que florece una nueva conciencia, una forma distinta de relacionarse con la muerte y con la culpa. Sin mártires, sin héroes, apenas con la certeza de que esas muertes, como tantas otras a las que asisten en su presente, no tienen sentido ni razón.

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